El objetivo de las plantas de incubación es conseguir el máximo número de pollitos de calidad.
Sin embargo, este objetivo debe entenderse dentro de un contexto más amplio, puesto que las incubadoras necesitan unos insumos de huevos incubables, que condicionan la cantidad y calidad de los pollitos obtenidos, y generan un producto, pollitos de calidad, que aún debe pasar diversas fases antes de llegar al consumidor final. No hay que perder la perspectiva: la cadena productiva avícola persigue generar el máximo de carne, o huevos, de calidad al menor coste posible.
Los sistemas productivos actuales fundamentan la consecución de este objetivo en el principio de la uniformidad. La uniformidad es la forma en que se facilitan las tareas y lo que permite la automatización con los sistemas disponibles actuales. Estos pollos de calidad y uniformes se consiguen a partir de pollitos también de calidad y uniformes. No es de extrañar pues que las salas de incubación requieran de huevos de calidad y uniformes para garantizar la calidad de su producto.
Mataderos y salas de despiece requieren de pollos uniformes para conseguir canales uniformes, más sencillas de procesar mecanizadamente
Así, el primer paso es conseguir estos huevos de calidad y uniformes de las granjas de reproductoras. Se hace necesario pues definir y justificar los requerimientos de calidad para los huevos incubables. Estos deben ser fértiles, estar limpios, presentar una cáscara integra y sana (sin brechas ni rugosidades, de un grosor adecuado y con la cutícula intacta) y ser lo más uniformes posibles.
La fertilidad
La fertilidad se consigue en la granja de reproductoras con una adecuada ratio macho-hembra (1:11): si hay demasiados gallos estos perderán el tiempo peleando, y si no hay suficientes no podrán realizar el trabajo. Pero también es importante, además de su salud y buena alimentación, la relación adecuada de tamaños macho-hembra: si los gallos son demasiado grandes para las gallinas, éstas rehuirán la cópula; y si es al revés, entonces serán los machos los que no se atreverán a copular. De este modo, y siempre que la manada esté sana, se garantiza la fertilidad de los huevos producidos.
La cáscara
La cáscara sana se consigue con un nivel de alimentación adecuado. Y su integridad se asegura con un sistema adecuado de recogida (ponederos suficientes y funcionales, sistemas de transporte que no dañen los huevos, buenas prácticas en la recogida, almacenaje y transporte…). Huevos sin una cáscara de calidad (demasiado finas, con roturas o microfisuras) llevan a una deshidratación demasiado rápida del huevo, lo que compromete la viabilidad del embrión.
La limpieza del huevo
La limpieza del huevo es otra característica necesaria para unos buenos resultados de incubación. Es importante destacar que si los ponederos no son adecuados aumentará la puesta en el suelo, y con ello los huevos sucios. Una vez tenemos el huevo sucio ya tenemos el problema en la incubadora. Un huevo sucio, además de ser fuente de contaminación para otros huevos, implica un riesgo de infección para el embrión que contiene. Pues la mayor carga bacteriana de su superficie incrementa el riesgo de que las bacterias lleguen a infectar el embrión, comprometiendo su viabilidad.
Si limpiamos los huevos con un trapo estamos introduciendo restos de heces en los poros de la cáscara, incrementando el riesgo de infección el embrión
Es más, la limpieza de los huevos, en cualquier forma, es una mala solución. Si los limpiamos con un trapo o un papel estamos introduciendo restos de heces en los poros de la cáscara, incrementando de este modo el riesgo de infección del embrión. Sobra decir que peor aún es lavarlos con agua, puesto que además también comprometemos la integridad de la cutícula, barrera muy importante a las bacterias del exterior. Utilizar papel de lija es igual de desaconsejable, puesto que estamos arrancando la cutícula además de los restos de heces. Así que hay que evitar que se produzcan huevos sucios a toda costa y, si los hay, no queda otra que solucionar el problema en origen: en la granja de reproductoras.
La desinfección
De cualquier modo, la prevención de la infección del embrión pasa por desinfectar los huevos por fumigación con un desinfectante adecuado lo más rápidamente posible después de su recogida, además de su rápido almacenaje en la sala fría para frenar la multiplicación bacteriana, siempre dependiente de la temperatura. La multiplicación bacteriana depende del tiempo y de la temperatura. Cuanto más calor y más tardemos en desinfectar, más multiplicación tendremos. Y más bacterias en la superficie del huevo significan más riesgo de infección para el embrión, y por lo tanto de pérdida de su viabilidad.
Muchos son los aspectos que afectan a los rendimientos de la incubadora, y en su gran mayoría dependen de las buenas prácticas en la granja de reproductoras y en el transporte de los huevos.
Aunque lo ideal sería desinfectar los huevos justo después de su recogida, no siempre podemos estar seguros de que esto se haga correctamente. En cualquier caso es importante desinfectar lo antes posible. Se puede hacer durante el transporte o a la recepción antes de pasar a la sala fría, pero nunca antes de iniciar la incubación. Pues, además de que ya estamos llegando tarde, corremos otro riesgo: en caso que el desinfectante no tenga tiempo de disiparse por aireación, este avivará su actividad con el calor de la incubadora, lo cual, sumado al regimen de estanqueidad de los primeros días, puede acabar afectando la viabilidad del embrión.
En cuanto a la desinfección en sí, debe destacarse que después de una exposición suficiente al desinfectante hay que asegurar que el agente químico se disipe de forma correcta, con una buena aireación con aire limpio. También cabe señalar que desinfectar huevos sucios no sirve de nada. Pues el desinfectante no llega a matar las bacterias que hay entre las heces y la cáscara, precisamente aquellas que tienen más probabilidad de entrar dentro del huevo.
Con el frío pararemos el desarrollo del embrión hasta que nos interese reactivarlo, por ello es importante enfriarlo lo antes posible.
La uniformidad
La cuestión que queda por exponer es la de la uniformidad. El desarrollo del embrión empieza con la fertilización en el oviducto, por lo que a la ovoposición el embrión ya lleva alrededor de un día de desarrollo. Sin embargo, este nivel de desarrollo depende del tiempo que haya pasado desde su fertilización. La parada en la glándula de la cáscara puede durar más o menos afectando al nivel de desarrollo (mesurable por el número de células del embrión).
En cualquier caso, para asegurar la mayor uniformidad en el nivel de desarrollo conviene que los huevos sean enfriados lo antes posible después de la puesta. Con el frío pararemos el desarrollo del embrión hasta que nos interese reactivarlo en la incubadora. Así es fundamental recoger los huevos en la granja de reproductoras con la mayor frecuencia posible, además de enfriarlos con premura y una sola vez. Es importante evitar que aumenten su temperatura antes de su entrada en la incubadora, puesto que esto conllevaría que el embrión reemprendiera su desarrollo. Es pues imprescindible un transporte y recepción en condiciones óptimas, que evite que los huevos varien su temperatura.
Tanto el enfriado como el almacenaje a baja temperatura de los huevos debe realizarse de forma uniforme.
Debemos tener un sistema de climatización que enfríe todos los huevos a una velocidad adecuada y uniforme. Conviene pues contar con sondas de control en la sala que nos permitan comprovar el correcto estado del ambiente, además de controlar la temperatura de los huevos en los distintos puntos de la sala y niveles de los carros. Estas sondas deben evitar estar fijadas a estructuras de la sala o estar en medio de flujos de aire, puesto que ambos distorsionan las mediciones. Hay que corroborar que la circulación de aire en la sala sea uniforme y sin puntos ciegos. Así también conviene contar con un buen aislamiento, además de un sistema de detección de oscilaciones como termómetros de máximas y mínimas.
Llegados al momento de incubar los huevos almacenados a bajas temperaturas (durante periodos prolongados), disponemos de la posibilidad de un precalentamiento antes de la incubación, para uniformizar el nivel de desarrollo (compensar las células que hayan muerto en el almacenaje). Sin embargo, hay que hacer bien la preincubación. Si nos pasamos de tiempo y temperatura podemos reactivar la incubación irreversiblemente. Si nos pasamos o no llegamos no tendremos el mismo nivel de desarrollo que en otros huevos más jóvenes, por lo que la carga de la incubadora no será uniforme. En cualquier caso hay que evitar que los huevos suden, de lo contrario incrementamos el riesgo de aborto.
Antes que realizar una mala preincubación es mejor no hacerla
Llegado el momento de la carga de la incubadora, además de lo considerado hasta ahora, hay que asegurar una buena uniformidad de tamaños. Si no tenemos suficiente uniformidad es mejor dividir la carga, puesto que los huevos pequeños se deshidratan más rápido y eclosionan antes por el efecto del calor de huevos más grandes a su lado. Al calentarse más por el efecto de los vecinos, su desarrollo se acelera lo que hace más ancha la ventana de nacimientos comprometiendo la calidad de los pollitos que nacen primero.
Muchos son los aspectos que afectan los rendimientos de la incubadora, y en su gran mayoría dependen de las buenas prácticas en la granja de reproductoras y en el transporte de los huevos. Sin embargo, aún se disponen de estrategias de manejo que nos permiten compensar algo la falta de uniformidad de los huevos incubables recividos. De esta forma maximizaremos la producción de pollito de calidad dentro de nuestras posibilidades