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La influencia de la temperatura en el desarrollo embrionario

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La incubación de huevos es un proceso biológico que, si bien ocurre de forma natural en la naturaleza mediante el calor corporal de la gallina, ha sido replicado exitosamente a través de incubadoras artificiales. En este contexto, la temperatura cobra una relevancia fundamental, ya que reemplaza al calor materno y se convierte en el principal factor determinante para el correcto desarrollo del embrión de pollo. Establecer y mantener la temperatura adecuada es esencial para que el ciclo embrionario concluya con la eclosión de un pollito sano y viable.

Si la temperatura durante los primeros días de incubación es incorrecta, las consecuencias pueden ser graves. En esta etapa inicial, el embrión es altamente vulnerable y cualquier alteración puede causar daños irreversibles. Por ejemplo, una temperatura por debajo del nivel óptimo puede provocar un desarrollo más lento, lo cual incrementa el riesgo de mortalidad embrionaria. A su vez, si el calor es excesivo, puede acelerar el metabolismo del embrión de manera anormal, generando problemas en la formación de los órganos vitales y reduciendo el tiempo de incubación de forma peligrosa.

A medida que avanza la incubación, la temperatura sigue siendo un factor clave para mantener la tasa de crecimiento adecuada. Cualquier desequilibrio puede afectar la proporción entre el crecimiento del cuerpo del embrión y el tamaño del saco vitelino, lo que influye directamente en la nutrición del pollito. Además, una temperatura inadecuada puede causar fallos en el desarrollo del sistema circulatorio o en la absorción del saco vitelino, complicando la supervivencia tras la eclosión.

Las consecuencias más visibles de una temperatura mal regulada se observan al momento de la eclosión. Cuando el calor no ha sido el adecuado, los pollitos pueden nacer débiles, con deformidades o incluso morir dentro del cascarón. El momento de la eclosión es crítico y requiere que el embrión tenga la energía y fuerza suficientes para romper la cáscara. Esto solo es posible si su desarrollo ha sido equilibrado, lo cual depende en gran parte de una temperatura constante y bien controlada durante los 21 días de incubación.

Es importante mencionar que, además de la temperatura promedio, también influye su constancia. Las fluctuaciones, aunque sean breves, pueden desestabilizar el ambiente dentro del huevo. Esto afecta el intercambio de gases, la pérdida de humedad y la termorregulación del propio embrión, que aún no ha desarrollado mecanismos propios para enfrentar esos cambios. Por esta razón, se recomienda revisar la temperatura al menos dos veces al día y asegurarse de que la incubadora funcione correctamente durante las 24 horas.

Los avances tecnológicos han permitido desarrollar incubadoras con sistemas de control automático, pero aún así, la supervisión humana sigue siendo esencial. Un error en el sensor, una falla de energía o un cambio brusco en la temperatura ambiente pueden afectar el funcionamiento del aparato. Los criadores más experimentados saben que confiar únicamente en los dispositivos sin una revisión manual es arriesgado, y por eso colocan termómetros auxiliares dentro del equipo.

Además, es fundamental que el calor se distribuya de manera uniforme dentro de la incubadora. En algunos modelos, pueden existir diferencias térmicas entre la parte superior y la inferior o entre los extremos. Esto obliga a rotar periódicamente los huevos para asegurar que todos reciban el mismo nivel de calor, evitando así que algunos embriones se desarrollen más rápido o más lento que otros.

Por último, no se puede ignorar la interacción entre la temperatura y otros factores como la humedad y la ventilación. Un ambiente demasiado cálido con baja humedad puede causar una evaporación excesiva de agua dentro del huevo, secando la membrana interna y dificultando la salida del pollito. En cambio, una temperatura elevada con humedad alta puede provocar que el embrión no pierda suficiente líquido, afectando su capacidad de moverse para eclosionar.

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