A partir de los albores de la avicultura industrial, hacia finales de la primera mitad del siglo XX, los productores han buscado mejorar el rendimiento y la rentabilidad optimizando el funcionamiento del tracto intestinal de las aves.
Desde aquella época comenzaron a utilizarse los promotores de crecimiento antibióticos por su propiedad de mejorar los índices de crecimiento de las aves, efecto logrado cuando las aves eran alimentadas con productos de la fermentación de Streptomyces aureofaciens. Se logró identificar el factor de crecimiento en dichos extractos como residuos de clortetraciclina y más adelante, se ratificó esta propiedad en múltiples antibióticos y para diversas especies animales.
Su mecanismo de acción no se conoce con exactitud, aunque sí se sabe que, básicamente, actúan modificando la calidad y cantidad de la flora microbiana del tracto intestinal, dando lugar a una disminución de los microorganismos que producen afecciones subclínicas, ya sea específicas como inespecíficas. Asimismo se considera que actúan reduciendo la fl ora normal que compite con el huésped por los nutrientes (Gaceta Sanitaria; Gadde y col.).
Durante la segunda mitad del siglo pasado el agregado a los alimentos de un número importante de diversos antibióticos, en pequeñas dosis fue una práctica habitual. Estaba claro, por entonces que no se tenía en cuenta el efecto que el consumo de estos productos pudiera tener sobre la resistencia bacteriana.
Hacia fines de la década de los años 1960 comenzaron a surgir las primeras dudas sobre el incremento de la resistencia de los microorganismos y la posible relación con el consumo de antibióticos como promotores del crecimiento.
En 1969 se publicó el informe británico Swann que ponía foco en el posible riesgo de selección de bacterias resistentes en animales que pudieran posteriormente pasar al ser humano. Como recomendación el informe sostenía que no debían utilizarse como promotores de crecimiento aquellos antibióticos que pudieran también emplearse en medicina humana, o antibióticos que seleccionasen resistencias cruzadas. Estas circunstancias, además llevaron al incremento de las dosis que debieron utilizarse para hacer frente al alto y creciente nivel de resistencias que los productos iban desarrollando.
Con el correr de los años estas acciones negativas derivaron en las ya conocidas prohibiciones que diversos países, en especial, la Unión Europea, aplicaron a la utilización de los antibióticos como promotores de crecimiento.
Es conocido que desde hace más de 20 años no se desarrolla una nueva molécula anticoccidial lo cual limita a la industria avícola al uso de los productos ya presentes en el mercado. Además de la no generación de nuevos productos se suma que varios anticoccidiales de síntesis química ya fueron prohibidos.
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Con respecto a la acción anticoccidial es importante destacar que estos productos pueden actuar como auxiliares en el control de la coccidiosis, ya sea en forma indirecta mejorando la salud intestinal en su conjunto a través de la estimulación de los procesos inmunitarios, moderando la inflamación o mejorando la relación cripta vellosidad, entre otras propiedades, o bien actuando en forma directa, mediante la destrucción de las diversas formas de desarrollo del parásito.
Esta acción la producen en general las saponinas y los taninos presentes en productos de origen vegetal.
Se ha escrito mucho al respecto y podemos decir que a tal fin existen hoy una serie de “familias” de productos con diversas acciones, que persiguen un mismo fin: mejorar a través de su adición al alimento, los parámetros productivos de las aves comerciales.
Su enumeración la hemos visto en infinidad de artículos y presentaciones como dentro de los cuales se mencionan a los Probióticos, Prebióticos, Eubióticos, Extractos vegetales, Productos Herbales, Acidos Orgánicos entre otros (Steiner,T. 2006). Todos ellos son denominados productos alternativos y, por no provenir de síntesis química, también se los llama productos naturales.
Los productos herbales son triturados y pulverizados de plantas en su estado natural y como tal no sufren ningún tipo de extracción química.
Es sabido, desde la más remota antigüedad que las diversas partes constitutivas de plantas y árboles tienen mecanismos naturales de defensa. Los primeros antecedentes históricos se remontan al médico de la antigüedad Dioscórides (Font Quer, P, 1999) quien describió una serie innumerable de plantas con propiedades medicinales de todo tipo. Asimismo, se conoce en la India la Medicina Humana y Veterinaria Ayurveda que admite como antecedente el uso de hierbas para el tratamiento de animales descrita en el libro “Nakul Samhita” (1000 – 900 AC).
Los principios activos presentes, tanto en extractos vegetales como en los productos herbales (saponinas, taninos, aceites esenciales, entre los más conocidos) son variados en cuanto a su composición y acción frente a microorganismos y parásitos protozoarios. Es común catalogar a los productos herbales con una función o efecto específico sin considerar que en la naturaleza los efectos son aditivos y sinérgicos pudiendo ser así anticoccidial, antiinflamatorio, inmuno-estimulante y antioxidante.
Es interesante destacar, que existen diferencias bien definidas entre productos extraídos de plantas y productos herbales tal cual los encontramos en la naturaleza.
En el siguiente cuadro se describen tales diferencias (adaptado de Felipe Horta. NUPROXA Suiza (UNLu 2019).
Por último podemos sin duda asegurar que tanto en la estimulación del crecimiento, como en el control de la coccidiosis los aditivos herbales tienen mucho que aportar, no solo por sus cualidades farmacológicas, sino también por ser herramientas válidas para preservar el medio ambiente y la salud de los consumidores.