Es obvio que no en todas las regiones de nuestro planeta los humanos han tenido las mismas oportunidades de educarse y por tal motivo no lo han hecho de igual forma.
En nuestro país nos hemos ido moldeando de distintas formas, pero con un eje común en cuanto a la forma de trabajar. La individualidad de nuestro carácter, la impronta de la empresa propia creada a base de un gran esfuerzo o el secretismo empresarial mal entendido, han hecho que para el trabajo del día a día sólo contemos con nosotros mismos y con nuestra autosuficiencia. ¡Qué verdad, aquella expresión de aprender de nuestros errores!
No queremos a veces responder a la siguiente cuestión. Si una persona tarda una hora en realizar una tarea, ¿cuánto tiempo tardarían dos personas? La respuesta matemática sería: “30 minutos”. Pero cuando se trabaja en equipo, los esfuerzos de los miembros se potencian, disminuyendo el tiempo de acción y aumentando la eficacia de los resultados.
Mediante esta forma de trabajar, en la que todos los miembros son responsables de las metas alcanzadas, se consigue la estrategia más adecuada para cualquier tipo de organización, ya sea una empresa o un sector colectivo. Cuando se toman decisiones en equipo, aunque a veces no todos los miembros estén de acuerdo, se tiene la ventaja de llegar a un consenso para actuar más rápidamente en beneficio de la mayoría.
Durante las reuniones se generan nuevas ideas y estrategias para resolver los problemas y después de cada reunión, los miembros conocen qué pasos hay que seguir y sienten que su presencia ha contribuido al bien del equipo y al beneficio del sector y al particular a quien representa.
La ventaja de trabajar en equipo es que cuando surge un problema, todos los miembros están dispuestos a participar con sus ideas y a escuchar las opiniones de los otros miembros. De esta forma se aportan soluciones para resolver problemas que nuestra individualidad y estrechez de miras a veces no nos permiten ver más allá del primer árbol.